Qué hacer (y no hacer) con los bichitos que uno encuentra
No sé si es porque gano agudeza visual, porque me vuelvo cascarrabias o, simplemente, porque tengo mala suerte. Pero cada vez me tropiezo con más bichitos de esos que en inglés se llaman bugs. Y me refiero a esos que son consustanciales a todo proyecto de software.
Antes, antaño, simplemente los toleraba y, creo, vivía más feliz. Formaban parte del paisaje, como los mosquitos nocturnos en la jungla tailandesa. De un tiempo acá, sin embargo, tengo una relación más compleja con ellos.
Cuando uno se los tropieza en software libre, claro, no puede hacer mucho aspaviento. Se tiene el código y uno es libre de arreglárselo solito. O contactar con el desarrollador. Algunos nunca responden (como el del applet de la temperatura de la CPU de Xubuntu, inasequible a mis demandas de un código más eficiente). Otros son más amables, como el desarrollador de rjson, A éste le pregunté, después de documentar claramente la naturaleza del problema: Is this an intended feature? Or, rather, a bug? Respondió:
Thanks for the very polite feedback - if only infinite (non-tail) recursion were an intended feature, it’s clearly a bug :)
En unas horas se había solucionado el problema. Cosas del software libre.
A veces, incluso, si encuentras un bug, te mandan un cheque a casa por el valor de un dólar hexadecimal.
Con el software propietario las cosas funcionan distinto, parece. Notifiqué, bien es cierto, a Opera un fallo en su nueva versión del navegador que consiguió tumbar mi Xubuntu tres veces en dos días y un robot me escribió agradeciéndome las molestias. Pero al menos tienen un sistema de notificación y un robot con buenos modales.
El código de Google tampoco no está exento de fallos. No tengo claro cómo puede uno dárselos a conocer a la empresa. Pero, al menos, son gratuitos y muchos servicios son betas. Si usas una beta gratuita, ¡qué puedes esperar!
Pero aunque los bugs andan por todas partes, parece que la cordialidad y las buenas maneras de sus valedores decrecen en proporción directa al precio de los productos por los que pululan. Y cumplida prueba de ello da algo que me acaba de suceder. En un software cuyo nombre sólo recuerdo en horario laboral y de un precio del que tan sólo un porcentajillo me jubilaría, encontré una unintended feature. Y los tales señores, en lugar de pagarme un café, mandarme a casa un eurillo hexadecimal o un pendrive con logotipo sobrante de la última conferencia de usuarios me obsequiaron con la siguiente muestra de falta de humildad.
Es así que me entero por sinuosas vías de que ha circulado entre gerifaltes a los que sólo topo en lo mingitorios y a mis espaldas un correo en el que no sólo se lee que_ el software funciona según diseño_ sino que además, en manifiesta contradicción, que _esta incidencia tendrá un impacto muy limitado _(cosa en la que convengo). Y añade, refiriéndose a mí: comprendo que puede ser emocionante sentarse delante del jefe para informarle de un problema en un producto tan robusto como xxx-censurado-xxx. ¡Emocionante nada menos!
¡Así paga el software propietario a sus colaboradores!
Hale, y para que no todo sean gruñidos (y también para los ágrafos que sólo miran los dibujos) la fotico del primer bug que en el mundo ha sido:
La historia, que es jugosa, aquí.