Golpes de suerte

Rescato para el día de hoy los dos primeros párrafos de un artículo de Ignacio Vidal-Foch. Tiene más, pero menos interesante en nuestro contexto.

Son:

La vida —por lo que de ella he alcanzado a ver— es rigurosamente moral. Es como las fábulas, donde la hormiguita sumisa y laboriosa que aprovecha el buen tiempo para acarrear y almacenar comida, cuando llegue el invierno sobrevivirá, mientras que la cigarra despreocupada que se pasa el verano cantando y tocando el ukelele sucumbirá a la primera helada. La organización social es un complejo esfuerzo para pautar la vida y excluir de ella el azar; de ahí instituciones como las compañías de seguros, la policía, la sanidad pública y la jubilación, o la herencia, con la que los padres quieren proteger a sus vástagos de la incertidumbre y que éstos suelen recibir como algo natural y merecido, y no como lo que es, una arbitrariedad que habría que ilegalizar en nombre del principio de la igualdad de oportunidades.

La vida es repelentemente moral, pero también está sometida al imperio del azar, y de qué manera. A Borges le obsesionaron durante muchos años los versos de un largo poema de Almafuerte que dicen: “Yo repudié al feliz, al potentado / al honesto, al armónico y al fuerte / porque pensé que les tocó la suerte / como a cualquier tahúr afortunado”, y que él citaba aquí y allá, ayer en un ensayo, mañana en una entrevista o en una conferencia. Ignoro si personalmente compartía ese “repudio” o si lo criticaba, lo que es seguro es que tenía empeño en subrayar la importancia del azar sobre todos los negocios humanos. El tema de la influencia de la suerte, que parece que en Occidente aminora según nuestra deriva vital va haciéndose más y más pautada y mecanizada y tiene que pasar la ITV (Inspección Técnica de Vehículos) cada cinco minutos, le importaba mucho y le dedicó La lotería de Babilonia, el cuento donde especula con un país donde la lotería es parte principal de la realidad: una lotería con números inversos, números que premian y números que castigan, y donde las costumbres están “saturadas de azar”. Esa Babilonia del cuento, viene a decir, es el mundo en que vivimos.

Hay quienes entienden el Progreso (así, en mayúsculas) como una curva que debería tender a crecer. Dejo a cada cual definir los ejes y su sustancia. Mejor mirado, el progreso es una reducción de la varianza, una protección contra el azar que rige las sequías, las enfermedades, los accidentes, las crisis económicas. Curiosamente, nunca lo he visto planteado así.