Pasión y curiosidad

En mi charla del viernes pasado, alguien me preguntó si seguía teniendo la pasión con la que se conoce participé en aquella competición de ciencia de datos que glosé.

Estuve a punto de responder que a los 42 uno está un poco más allá de la pasión y un poco más acá de la colonoscopia. Aunque, lo reconozco, más que porque es una repuesta graciosa que porque refleje verdad alguna.

Lo que sí que es cierto es que he estado meditando sobre si la pregunta era oportuna o no. A ratos he pensado que no, que fue tramposa. Pero ahora me decanto por considerarla legítima y merecedora, cuando menos, de una respuesta más desarrollada.

La pasión tiene, por lo general, buena prensa. La gente gusta de autodefinirse como apasionada de esto o aquello. Incluso escribe el término en los currículos. Debe de ser uno de los pocos adjetivos que se cuela en ellos.

La pasión es una pulsión de doble filo. Claro que solo se usa el término cuando su objeto está en la lista de las cosas aceptadas (o, cuando menos, no rechazadas) socialmente: desde la defensa de los derechos de los bichos hasta el estudio de los leucocitos o el sánscrito. Existen bucles mentales alrededor de otros objetos (p.e., la heroína o el bingo) que atrapan a otros, dan de comer a los sicólogos y a los que no llamamos pasiones por convención.

El apasionado en cualquier cosa, más que evolucionar, ahonda. Que no es malo; como todo, depende. Está bien ahondar. Mucha gente ahonda. Mucha gente escribe tesis doctorales sobre cualquier pequeña circunstancia de la realidad. O investiga rinconcitos de la historia de la humanidad y es capaz de hablar de los ministros de algún oscuro rey francés del siglo XIII como si tomase café con ellos a diario.

La gente apasionada suele ser siempre muy interesante. Alguno es un poco cargante, pero en pequeñas dosis, mal no hacen.

Pero yo no tengo pasión. Lo reconozco. No soy un apasionado de nada. Yo soy de la otra subespecie, la de los curiosos: fui, vi, aprendí, me aburrí y pasé a otra cosa.

Exiten blogs de gente apasionada: siempre hablan de lo mismo. Y son muy interesantes. El mío es otra cosa. El mío habla de cien cosas distintas y tiene cierta tendencia tanto a errar como a contradecirse.

Existen currículos de gente apasionada: tienen una trayectoria claramente dibujada. Y son muy valiosos. El mío también es otra cosa: un galimatías de sitios, fechas, empresas, tecnologías, victorias, empates y derrotas.

Nosedónde leí acerca de actitudes láser y actitudes bombilla. Las primeras enfocan mucha energía lumínica en puntos muy concretos; corresponden en mi categorización de hoy a los apasionados. Los que somos bombilla iluminamos con mucha menor intensidad pero en todas las direcciones.

Lo mejor es que todos cabemos en este mundo.

Vale.