El arte funcional: una revisión personal
Leí El arte funcional de Alberto Cairo y he aquí finalmente mi visión, muy personal, sobre el libro.
Confiesa su autor ser un curioso, excesivamente curioso en ocasiones, en las primeras páginas del libro. Yo también lo soy. Y todos los que compartan con nosotros este vicio encontrarán en el libro una pequeña joya: historia, sicología, fisiología, cartografía y muchas otras disciplinas aparentemente dispares que informan el campo de la visualización de datos se dan cita en sus 250 páginas.
Aquellos que compartan también conmigo el gusto por comenzar a leer los libros por el final se darán cuenta también de que el tipo de gráficos que más interesa a Alberto Cairo es el de los que se parecen a
que tienen un público y un contexto muy particular. Y eso les ayudará a comprender mejor la exposición que hace del contenido previo y porqué su fiel se inclina en una u otra dirección cuando tropieza con disyuntivas. Así que entendería que a muchos —entre los que me cuento— les resulte de más provecho leer a Wickham, Leland o, muy pronto, Perpiñán.
No obstante, también de este libro podrán extraer lecciones provechosas.
Tiene el libro tres secciones —fundamentos, historia y cognición— más un apéndice de apenas treinta páginas con consejos prácticos para la creación de infografías.
La sección dedicada a los aspectos históricos de la visualización de datos es un anecdotario que no alcanzo a entender cómo encaja en el resto de la obra. Agradezco que no hable de Florence Nightingale (porque su historia aburre ya de tan manida) y contribuya en su lugar a divulgar los méritos de su coetáneo John Snow, cuya aportación encuentro mucho más trascendente.
Sí, lo confieso: siento cierto desdén por la historia (de la visualización). Los casos que trata el autor me parecen excesivamente alejados. De Tukey para atrás, todo es prehistoria.
La sección dedicada a la cognición transita desde la morfología y fisiología del ojo (y del cerebro) hasta cuestiones sicológicas relativas a la percepción. Al final, las formas y colores de los gráficos son alimento estos órganos que, aunque de una asombrosa capacidad, incurren en ocasiones en errores de bulto. El que cierto tipo de representaciones gráficas (como estas) engañen al ojo no se debe a que los datos subyacentes mientan ladinamente. Se debe a que la combinación de formas y colores confunde al cerebro por causas que solo cabe buscar dentro de él.
Al final, si unas determinadas combinaciones de colores funcionan o dejan de hacerlo, si los datos se leen correctamente si se los representa como longitudes, áreas o volúmenes, depende de las peculiaridades del proceso de cognición. Y por eso acierta Cairo en estudiarlo con detalle.
Pero no acaba de extraerle todo el jugo a esta sección. Un planteamiento más próximo a la obra de de D. Kahneman y A. Tversky que nos advirtiese de los peligros perceptuales más gruesos y nos diese recomendaciones para sortearlos habría cerrado la sección con gloria.
La parte más provechosa del libro es la de la primera sección, la de los fundamentos. Identifica la materia del libro como una tecnología —en una acepción muy concreta del término— que ubica en la cúspide de la ciencia de la información y que debería servir para dar sentido a la masa enorme, creciente y aparentemente informe de datos que acumulan las sociedades modernas. Tiende un puente entre los discos duros y la conciencia del público.
Aunque el público que de manera más o menos explícita tiene Cairo en mente es algo particular: es el de los medios de comunicación. Eso, como se ha indicado más arriba, condiciona la exposición y el encuadre. Porque es un público frente al que, a diferencia de otros, hay que ceder. No se le puede obligar a entender, quiera o no, la forma que piden los datos —aunque sea a gritos—; que hay que cautivarlo, guiarlo. Así, identifica varios ejes (figuración contra abstracción, funcionalidad frente a estética, densidad contra liviandad, multidimensionalidad frente a unidimensionalidad, familiariadad contra originalidad, redundancia contra novedad) con respecto a los cuales hay que ubicar los mecanismos de representación gráfica para que sean del gusto e interés de ese público del que hay que suponer que nunca vio un diagrama de cajas.
No obstante, hay que agradecer su buen gusto y su habilidad para mantener un difícil equilibrio entre los extremos —alguno de los cuales, lo reconozco, me gusta transitar— y que en el fondo esté siempre preocupado porque, independientemente de la hojarasca que exige el medio, sus gráficos no se limiten a mostrar sino que ayuden a comparar y evidenciar las correlaciones y clasificaciones que encierran los datos.