Coronavirus cualitativo

Una de las pocas cosas rescatables de la antigua dialéctica es aquella ley de la transformación de los cambios cuantitativos en cualitativos.

Lo cuantitativo en estos tiempos del coronatirus se ha convertido en una especie de caza de pokemones, con cifras que suben y bajan, concienzudas exégesis de la varianza y todo tipo de medias verdades.

Pero es inevitable que los números, sean cuales sean realmente, cuajen cambios cualitativos mucho más rotundos y cuestionables. De todos ellos, voy a rescatar unos cuantos a los que he estado dando vueltas estos días pasados.

Coronavirus vs gripe

No, no me refiero a comentarios de enero o febrero. A mediados de abril, aún había gente con cuajo (esta) para sostener que, bueno, según los números, i.e.,

lo del coronavirus no dejaba de ser análogo a alguna temporada pasada de gripe. Ya llevábamos un mes encerrados, ya habíamos visto el colapso de los hospitales, aún operaba el de campaña de IFEMA, aún estaban abiertas las morgues improvisadas en pistas de hielo alguien nos venía a decir que, bueno, era como una gripe.

Pero en Comparing COVID-19 Deaths to Flu Deaths Is like Comparing Apples to Oranges se lee algo muy revelador (¡y atención a la última línea!):

I decided to call colleagues around the country who work in other emergency departments and in intensive care units to ask a simple question: how many patients could they remember dying from the flu? Most of the physicians I surveyed couldn’t remember a single one over their careers. Some said they recalled a few. All of them seemed to be having the same light bulb moment I had already experienced: For too long, we have blindly accepted a statistic that does not match our clinical experience.

Mi propia microencuesta entre médicos identificó un patrón similar. Y la que propuse en Twitter, de incuestionable rigor metodológico, como bien se sabe, arrojó las siguientes cifras:

¿Es tan contagioso el coronavirus?

Dicen que sí, y eso justifica medidas hiperdraconianas jamás antes vistas (al menos, por mí). En efecto,

Obviamente, el R0 no es una cualidad intrínseca del virus sino que depende del medio en el que circula y por eso el confinamiento ha hecho descender ese indicador a esos niveles que la prensa discute a diario. Pero esos niveles de R0 de alrededor de 2-3 antes del confinamiento significaban que haciendo vida normal, una persona infectada durante esas dos semanas que podía andar circulando por ahí, contagiaba de media (¡de media!) a dos o tres.

Pero si una persona infectada, digamos, puede llegar a circular 14 días juntándose con gente, hablando con ella, intercambiando monedas, etc. Y de todas ellas solo dos, en promedio, resultarían infectadas. Querría eso decir que la práctica totalidad de las interacciones con personas infectadas son de bajísimo riesgo. Y, por tanto, que están fuera de lugar aspavientos como los de esos que se indignan porque “un runner los ha adelantado a 10 cm cuando salían a comprar pepinillos”.

[Esto me recuerda al pánico que creó en su día el SIDA y cómo las campañas publicitarias de la época iban en la dirección contraria: a informarnos de qué comportamientos para con los infectados eran seguros para evitar su absoluta marginación.]

La reflexión anterior también me hace cuestionarme el pánico de algunos a tocar una caja (en un supermercado) que pudiera haber tocado una mano que tocó una caja que había tocado una mano que había tocado una caja que había tocado una mano que había tocado una caja que había tocado una mano tal vez de alguien que convivía con un contagiado asintomático. Es un miedo, si se me permite, homeopático.

¿Qué sabemos sobre la propagación del coronavirus?

A pesar de todos los datos que circulan, poco. Hay tres mecanismos potenciales de propagación:

  • Partículas gruesas como las que se expulsan al estornudar. Contagian por impacto directo y tienden a caer al suelo.
  • Aerosoles o partículas de tamaño mucho menor, que tienden a permanecer en el ambiente de espacios cerrados.
  • Superficies infectadas.

Como defensa contra el primer mecanismo de propagación bastarían las mascarillas baratas, sobre todo por parte de los contagiados. El segundo es más sutil y para defenderse de él habría que usar mascarillas tipo N95/FPP2. En cuanto al tercero, el uso de mascarillas no aporta protección y lo que sería necesario sería el uso de guantes, higiene de las manos, desinfección de superficies, etc.

Es crítico identificar el mecanismo fundamental de transmisión. Sobre todo, de cara al desconfinamiento. Tal vez estemos descontaminando las ruedas del carrito de la compra con lejía en una suerte de liturgia homeopática con la efectividad de los cargo cults. Tal vez estemos entrando al metro con mascarillas quirúrgicas y los vagones estén rezumando aerosoles contaminados. Tal vez…

Pero no sabemos nada. Así que lo hacemos todo… como pollo sin cabeza.

Heterogeneidad

Lo de la R0 es un concepto decimonónico, muy de la época del homme moyen de Quetelet y en consonancia con una cosmovisión estatista, que traviste el fenómeno por su media. El cómputo de la R0 incluye eventos como aquel entierro en Vitoria que causó 60 infectados o la boda de Uruguay, que causó 20.

El estudio de esos eventos podría permitir identificar conductas de alto riesgo que eliminar temporalmente de nuestro acervo de costumbres y para ver si las remanentes dan para soportar una seminormalidad menos cartuja y económicamente suicida que la que padecemos.