¿Es Cobol tan robusto como cuentan?
El diario El País se ha hecho eco de algo que no hace falta ser particularmente perspicaz para advertir. Y no me refiero tanto a la tesis global del artículo como a este parrafito,
[…] ambos opinan que la primera disfunción está en la Universidad. “Estamos hablando de trabajadores sobreeducados que, sin embargo, carecen de las habilidades necesarias para desempeñar el trabajo”. Este contrasentido está en relación directa “con el tipo de docencia impartida en las Universidades”, añaden. “Los graduados se quejan de que los modos de enseñanza se siguen basando en clases magistrales, dándole poca importancia a las clases prácticas a la adquisición directa de experiencia laboral”. Esta formación academicista, exenta de habilidades prácticas, es el factor que más influye, según el estudio, […]
que se refiere a un estudio de FUNCAS. De hecho, la única asignatura universalmente troncal de nuestra (la española) universidad tiene un temario simplicísimo: aceptar acríticamente cuanto profiere el señor de la pizarra (con la esperanza de que el número que aparezca en la esquina superior izquierda de unos folios que se entregan cada seis meses sea, cuando menos, cinco).
No sé hasta qué punto los alumnos que se gradúan saben resolver el átomo de hidrógeno, en qué siglo tuvo lugar el Bienio Progresista o, apuntando por lo bajo, qué hacer con un fichero de extensión csv. Pero lo que he advertido en mi experiencia profesional es que esa asignatura troncal implícita deja una imborrable impronta en el espíritu del licenciado español medio que lo hace doblegarse sumisamente y sin emplear un solo pulso neuronal frente a las ocurrencias de un señor con corbata y galoncillos (galoncillos de gerente, director o vice-algo).
Así, la gente desaprende lo poco que de útil pueden haberle servido sus cinco o más años de asistencia a nuestras venerables instituciones educativas y va dejando que en su sique germinen semillas atávicas.
Ninguna hace tanto mal en el sector en el que ahora me desenvuevo —seguro que a causa de los pecados de alguna preencarnación mía que ahora purgo— que el mantra de que “… pero Cobol es robusto”. Creo que es imposible encontrar otras cuatro palabras del diccionario que, combinadas, hayan sustraído tanto potencial productivo a la economía nacional.
Para entender el porqué hemos de remontarnos a la época en que en este país ya había bancos pero ni siquiera trenes. De hecho, BBVA y el primer ferrocarril peninsular son, más o menos, coetáneos. Las sucursales bancarias operaban aisladas entre sí, separadas por jornadas enteras en mula. Es natural que a lo largo de los años los bancos inventasen mecanismos de funcionamiento robustos, que permitiesen que sus partes continuasen operando con cierta normalidad aun cuando las comunicaciones con la central fuesen precarias. De ahí también el nacimiento de conceptos bancarios tan exóticos para el cliente moderno como el de plaza (¿ha tratado alguna vez alguno de mis lectores cobrar un cheque emitido en otra plaza?).
Con el advenimiento de los ordenadores y su campeón de sus primeros tiempos, IBM, los bancos comenzaron a adquirir maquinones y a contratar hordas de programadores en lo que fue el novamás en décadas pasadas: Cobol. Es natural suponer (y se deduce del funcionamiento actual de los sistemas bancarios) que los ingenieros de entonces se dedicaron a reproducir informáticamente las operaciones que venían realizandose tradicionalmente a mano y a lomos de équido. El incremento de productividad tuvo que ser increíble. Pero la robustez de los sistemas tuvo mucho menos que ver con esas propiedades semimísticas del lenguaje —que aporta solidez a todo lo que toca, algo así como el Rey Midas— que con el hecho de que los procesos que sustituían de manera más o menos literal habían sido creados con no otro objetivo en mente que el ser en sí mismos robustos —y que generaciones de banqueros habían hecho mejorar durante un par de siglos hasta funcionar, digámoslo así, satisfactoriamente—.
Y así pasaron los años, llegaron el modelo relacional, UNIX, NoSQL, Internet, la Web 2.0, Google, los sistemas distribuidos, etc. y las hordas de coboleros, embelesados en sus pantallas setenteras, ni se percataron. Los responsables de la cosa dieron con el mantra al que me refiero arriba y los bancos mantuvieron sus decimonónicos esquemas mentales. Peor aún, los denunciables errores de arquitectura de ese trabazón inexpugnable siguen propagándose a todo tipo de superestructura informacional moderna que quiera construirse por encima hasta el punto de que el ibuprofeno forma parte del equipo de trabajo de todo consultor que trabaje en banca.
Las consecuencias del estado de las cosas, resumidas en baja productividad y un servicio al cliente caro y malo, dan, no obstante, para un sinfín de anécdotas jocosas muchas de las cuales ya han amenizado las charlas de café en que a veces, cuando no me reclaman ocupaciones más perentorias, incurro.
Lectores míos, ¡sed rebeldes!