Invertir relaciones causales plausibles exige mucha, mucha explicación

Si yo digo que X llegó a vivir 95 años con salud y añado que siempre siguió una dieta sana, nos parecería muy raro que alguien nos contestase: ¿para qué se sometió X a una dieta sana si, al final, iba a vivir 95 años?

Si digo que el país Y tiene una tasa de patentes por habitantes muy por encima de la media y añado que el gobierno invierte un porcentaje sustancial en I+D, nos parecería muy raro que alguien apostillase: ¿para qué invertir en I+D si, al final, esa gente no para de patentar?

Podría añadir más casos hipotéticos similares. En todos ellos aparecería una posible causa, un hecho B que mucha gente entiende que puede afectar positivamente al A. Y sobre el interlocutor, de querer cuestionar esa relación causal, habría de recaer la carga de la prueba. Es evidente.

Por eso llama la atención que cosas como que

España cuenta con uno de los índices más bajos de criminalidad en los países del entorno europeo […] y sin embargo nuestro Código Penal es de los más duros en la regulación de las penas privativas de libertad.

acaben publicadas en un periódico presuntamente serio.

Podría pensarse que los periódicos presuntamente serios, por eso de que el periodismo es disciplina de letras, son menos tolerantes con la sintaxis descuidada o las faltas de ortografía que con las que atentan contra los principios básicos del razonamiento lógico. Pero como estoy un ciclo de optimismo y bonhomía, voy a argumentar que lo que hace el periódico es maximizar la cantidad de información disponible para que los lectores se formen una opinión razonada sobre un determinado tema.

Supongamos que se debate un asunto A de gran complejidad técnica y de cierto interés. Para ello el periódico invita a un experto a argumentar, ya sea a favor o en contra. Supongamos que lo hace a favor. Si este experto, en su defensa de A, se ve abocado a razonar en la línea de que si todos los zapateros son hombres y Aristóteles es hombre, entonces Aristóteles es zapatero (o similar), es que A no se tiene de pie.

O, alternativamente, que el experto no es tal. Pero esa es otra historia.