¿Más óptimo? Uffff...

No voy a descubrir nada diciendo que cada gremio utiliza una jerga característica. Y que la que se maneja en disciplinas tales como la consultoría, la informática y la práctica de las ciencias aplicadas está tremendamente influida por lenguas extranjeras.

Algunos, los menos, tratamos de evitar barbarismos innecesarios y nos escandalizamos del spanglish galopante. En nuestra ayuda, poco auxilio podemos recabar de la RAE, que avanza a pasitos tan cortos (pero seguros, ¿eh?) que sólo resolverá nuestras dudas cuando ya nos hayamos muerto. Y los de la FUNDEU dan respuestas de lo más acatarrante en los más de los casos.

De las desventuras de un consultor que trata de adherirse al español castizo (y de las patadas que se dan al diccionario y al buen hablar en la profesión) daré cumplida noticia en entradas posteriores que espero hagan buen servicio y provecho a mis lectores.

Pero en esta entrada no denunciaré barbarismo alguno sino del uso incorrecto que se hace de óptimo. Óptimo es el superlativo de bueno, que tiene como comparativo a mejor. ¿Por qué pues oímos tan frecuentemente más óptimo cuando debería decirse simplemente mejor? Creo que el motivo yace en el hecho de que óptimo es palabra esdrújula y, como tal, confiere a quien la pronuncia cierto aire de autoridad.

Así, oigo solicitar algoritmos más óptimos o rescrituras de procesos para hacerlos más óptimos. Y trago sapos y culebras cuando se trata de un cliente (o de un cliente de mi cliente) y no me conviene afearle el craso error gramatical (y señarlarle, de paso, que no lo habría cometido de haber cursado bachillerato con más aprovechamiento). ¿Por qué no, simplemente, mejores?

Además de cuando se usa erróneamente en grado comparativo, se abusa del término en los más de los restantes casos de uso dado que es palabra que ha de usarse con infinita cautela. A decir del DRAE, significa sumamente bueno, que no puede ser mejor. Por tanto, al decir que algo es óptimo hay que probar que en todo el mundo mundial es imposible encontrar algo que lo mejore. Tal vez hubiese de decirse suficientemente bueno (para un determinado fin) pero supondría una humillación inaceptable para más de un estirado consultor. Estoy seguro de que al oír utilizar así el término, Kant, esté donde esté, llora.

Acabo esta entrada con un argumento adicional en pro de la proscripción del uso de óptimo en consultoría: es radicalmente contrario a los métodos y objetivos de la profesión. Y es que para serlo propiamente, los consultores debieran hacer suyo el viejo adagio volteriano:

Le mieux est l’ennemi du bien.