Los ingleses me descolocan

Los ingleses me descolocan. Hace unos días me enteré de una propuesta de George Osborne, el ministro de hacienda del Reino Unido, que se conoce como shares for rights (acciones a cambio de derechos). Consiste esencialmente en ofrecer a los empleados la opción (nunca la obligación) de recibir una recompensa económica a cambio de que renuncien a una serie de derechos laborales.

Nótese que se trata de una opción. Y tener opciones es bueno. Al menos, para homines œconomici.

Ahora bien, en mi microencuesta, una serie de individuos razonablemente inteligentes y educados a los que he planteado la cuestión se han mostrado, por lo general, poco entusiasmados. De unos, sospecho que sospechan que hay trilero escondido. De otros, que sienten un apego tal vez irracional (lo cual no quiere decir que desacertado) a esos derechos tan costosamente conquistados por la clase trabajadora.

Puede que alguno sospeche, sin llegar a verbalizarlo plenamente, que los derechos laborales no dejan de ser un seguro. El coste de este seguro está soportado por todos los trabajadores pero sólo se benefician de él algunos. Si aquellos que piensan que tienen una probabilidad baja de necesitar bajas maternales o paternales, cobrar una compensación por despido, etc., atinan en sus cálculos, son precisamente aquellos trabajadores que tienden a financiar este seguro (es decir, tienen, si se me permite este malintencionado abuso del lenguaje, balanzas fiscales negativas) quienes salen de él. Con lo que, colectivamente, o se reducen las contraprestaciones o se aumentan los costes para quienes se mantienen dentro.

Este plan tiene otro problema: es muy difícil (incluso para un hombre económico enteramente racional) valorar una opción. Sabemos cuál es el precio de las manzanas, de las camisas, del pan, etc. porque estamos expuestos a información sobre sus precios casi a diario. Pero, ¿cuánto pagaría alguien por el derecho a una baja maternal alguna vez? ¿En qué mercado cotizan esos derechos?

Y si finalmente abandonamos el universo un tanto abstracto e irreal del homo economicus y descendemos al del hombre predeciblemente irracional podemos llevarnos alguna sorpresa sobre los efectos negativos de la presencia de opciones potencialmente inocuas.