Así se calculan los logaritmos de Zaragoza, se ve (y una reflexión)

Estoy en Zaragoza. He bajado a la biblioteca pública que tengo delante de casa y la que le dieron el nombre de aquel chileno de las alamedas. He curioseado lo que tenían de matemáticas y de entre los menos de cien volúmenes de la cosa,

Efectivamente, el libro trataba de lo que su lomo decía: eran tablas y más tablas de logaritmos de números, con sus añejos distingos entre las mantisas y eso otro que ya no recuerdo cómo se llamaba.

Me han dado ganas, y lo hubiese hecho de buen grado de no conocer mis limitaciones, de grabar en vídeo los trabajos de un hipotético zaragozano interesado en calcular el logaritmo de 7.25: ponerse la chaqueta, bajar a la calle, coger el bús, entrar a la biblioteca, subir a la primera planta, dar con el librito de las tablas, encontrar la página relevante, identificar los valores adecuados e interpolarlos como se hacía cuando todavía no existía la electricidad.

Una gracieta chusca, convengo.

Así que vayamos a lo serio. Aparte de cualquier otra consideración, esa biblioteca pública era, hace muchos años, cuando internet era el coche volador de un niño de provincias, una de mis pocas ventanas al universo. Los libros que leí eran los que me ofrecía y poco más. Las matemáticas, la filosofía, la política, la literatura, la biología que existía efectivamente era lo que cabía en sus estanterías y alguna otra cosa que llegaba más azarosamente. Esa biblioteca que lleva el nombre del chileno de las alamedas era mi Google de los noventa.

Ahora que constato que está en manos de burócratas que conservan en sus estantes tablas de logartimos, la verdad, barajo futuribles y estoy entre la autoconmiseración, el susto y los arrebatos de piromanía vindicadora.