Dos argumentos racionales en pro de la homeopatía

La homeopatía es la bestia negra del movimiento escéptico. Su visceralidad contra la homeopatía es tal que bien podría servir de definición positiva y operativa de dicho movimiento demarcándolo mejor que otras, más etéreas y confusas, que refieran sus aspiraciones y objetivos.

El movimiento escéptico esgrime la razón en un sentido paternalista y redentor. Que resulta bastante irritante para quienes, estando hartos de ser redimidos y paternalizados, no queremos para los demás lo que aborrecemos para nosotros mismos.

De ahí mis dos (sin perjuicio de otros) argumentos racionales en pro de la homeopatía.

El primero es que la lucha contra la homeopatía (y otras sinrazones) abarata la ignorancia. Librar a la gente de los efectos perniciosos de la ignorancia la convierten en un bien más deseable, por lo que aumentará su demanda. La ignorancia debería ser un bien caro, un bien de lujo solo al alcance de unos cuantos privilegiados. Tanto que la gente se lamentase: “Ojalá pudiese desconocer el teorema de Pitágoras, pero no me lo puedo permitir”.

Los poderes públicos tratan de abaratar el coste relativo del conocimiento con respecto a la ignorancia. Por eso nos proveen de educación gratuita, bibliotecas, becas, etc. Además, tenemos Google, tenemos Library Genesis, etc. El conocimiento está ahí, gratis, subvencionado, a menudo, al alcance de la mano.

Pero es insuficiente: la ignorancia debería estar sujeta a un impuesto no pequeño. Como sucede tan habitualmente, el sector privado, el que desarrolla la industria homeopática, corrige las la ineficacia del sector público a la hora de proporcionar servicios públicos, como es en este caso el gravar el exceso de ignorancia.

El segundo argumento es más pedestre y concreto, pero no por ello menos relevante. La homeopatía achica la cola del médico del seguro y abarata la factura farmacéutica. Los productos homeopáticos no están cubiertos por la Seguridad Social y quien los adquiere aporta a la hacienda pública en lugar de detraer de ella. Además, volviendo a lo de la ignorancia, con toda la felicidad del mundo.

Diríase que el escéptico quiere tener a tres exhomeópatas delante de él en la cola mientras espera el turno de su médico; o esperar cuatro meses y medio en lugar de tres para un pase con el especialista. Lo cual es menos racional de lo que se le presupondría.