De "la fiebre amarilla de Cádiz y pueblos comarcanos" de 1800
Esta entrada está motivada, en última instancia, por la lectura del libro (muy recomendable, por otra parte), The Art of Statistics: Learning From Data, de David Spiegelhalter. Sus muchas virtudes hacen, por contraste, que relumbre particularmente un defecto característico de toda esa creciente literatura sobre el tema: su aburridor anglocentrismo. Que si el médico devenido asesino en serie, que si los cirujanos de Bristol, que si el manidísimo John Snow (que esta vez, en este libro, de casualidad, no aparece),…
Y uno se pregunta: ¿habrá ejemplos patrios similares a los anteriores?
Así que hoy traigo uno a colación.
Se trata de un plano de la ciudad y puerto de Málaga donde Onofre Rodríguez anotó con estrellas y numeros los sitios donde principiaron las proximas pasadas Epidemias (sic). Es este (y aquí con mayor resolución):
Este plano es un anexo al informe Breve descripción de la fiebre amarilla padecida en Cadiz y pueblos comarcanos en 1800 de Juan Manuel de Aréjula (que no tiene página en la Wikipedia, sea todo dicho de paso) que se puede bajar en PDF de la Biblioteca Nacional, y que trae cantidad sorprendente de información epidemiológica y estadística, como esta tabla:
Y, para terminar, un extracto sorprendentemente moderno:
Empezó, como queda dicho, esta enfermedad por el barrio de Santa María, en el que viven una porción da castellanos nuevos, gente eficacísima y extremosa, que se juntan mucho entre sí, que se acomodan en habitaciones muy estrechas, que es muy devota de nuestro Padre Jesus, y por tanto todos Hermanos de dicho Señor.
Confiados estos que sus fervorosas y sencillas súplicas moverían á nuestro Señor de Santa María, que todo lo puede, y haría cesar el azote que nos afligia, pidieron con este objeto sacarlo en procesión; y aunque el Magistrado se resistió á esta súplica, porque, preveía las conseqüencias, era tal su fervor y confianza para con nuestro Padre Jesús, que instaron estos devotísimos Hermanos, casi con amenaza, que se les concediera el permiso de sacarlo , lo que obtuvieron del Magistrado: salió pues este Señor por las calles; y era tanta la gente de toda la ciudad que fue á rogarle, y le seguia en montón durante la procesión, que en unas siete horas, que duró esta, tuvieron bastante tiempo los fervorosos acompañantes para contagiarse unos á otros.
Siguieron á esta devota súplica otras semejantes procesiones, por las que el pueblo esperaba librarse; y el mal se hizo general, pues el roce de muchas personas debía aumentar el contagio: continuaron no obstante iguales rogativas, hasta que tomó posesión de su Gobierno el Excmo. Sr. D. Tomas de Moría, quien adornado de unos principios no comunes, aun en Medicina, y seguro que el conjunto de muchos individuos debía generalizar todo mal contagioso, hizo cesar las procesiones, y procuró, en quanto pudo, estorbar la unión de muchos individuos; pero ya fué tan tarde, que no quedó casi persona de las que podian tenerla que no la pasase en Cádiz.
Desde este momento todos los barrios se ardieron con este roce y proximidad de gentes, todos empezaron desde luego á contar centenares de contagiados. Los nombrados de la Cuna, Ave María y S. Antonio, que apenas tenían algún enfermo, se llenaron de ellos, y lo mismo los de S. Lorenzo y Viña, adonde no había penetrado aun la calentura.
Las gentes de Cádiz, amedrentadas por el crecido número de enfermos que había, huyeron muchas del pueblo; y á todos aquellos que se refugiaron, llevaron la enfermedad, y corrieron la misma infeliz suerte que esta plaza: los que vieron esto, y se guardaron de nosotros, se conseraron sanos, y con la fortuna de no haber conocido la calentura amarilla: todo esto, y lo que se ha especificado en el capítulo anterior, prueba decididamente que la enfermedad es contagiosa: antes de terminar este artículo voy á responder á las preguntas siguientes, que eran muy comunes en Cádiz en tiempo de esta epidemia.